Un hombre hecho idea, se irguió entre lo vivo luego de haber muerto.
Todo el atardecer viajaba a mi lado lentamente, incluso pude ver relampaguear a las calles como venas que transportan electricidad. Una calle que de tarde se hace naranja, incluso cuando paramos de movernos y sentados en el banco de cada plaza que veía pasar en colectivo nos olvidamos del atardecer, él sigue allí, viajando a mi lado, lentamente.
La avenida cabildo tan llena de gente, como uno debe ser, y me imaginaba un triste pico; tenues futuros muriendo a tu lado conjuntamente a esos “se”, aquellos unos, morir como esos unos.
La tarde devenía en noche y todos los árboles que estaban al lado de las calles también oscurecían sus colores marrones. Las luces del colectivo se encendían para los pasajeros y te tocaba el hombro para que no te olvides donde bajar cecilia.
Uno se encorva, baja la voz y camina despacito frente al desconocido, se dirige correctamente a un desconocido, el te devuelve la actitud y necesariamente no se distingue entre uno y otro desconocido, común, somos todos desconocidos, y somos iguales unos ante otros. Reprimes tu tic que cotidianamente es tu distintivo, no es incorrecto, molesto con el desconocido lo convierto en mi amigo y asesino al impersonal sujeto… pero no sucede así; porque para el desconocido no hay mejor ser humano que el desconocido ¿Y quién es un desconocido? Aquel que es previsible, como las estrellas, como el alma inerte… aquel que se puede encerrar en 4 palabras, o 2 imágenes. Le duele la garganta de tan poco hablar, y por eso soy su asesino cuando le hice amigo, le hice cecilia. Pero no sucede porque debo ser un ser impersonal: correcto y sin identidad propia.
Es tanto lo que anhelo, anhelo anhelarte mi querida cecilia.
Los seres humanos nunca van a querer estar solos, mi idea viva en los humanos hace que en cada uno viva cecilia.