SEGUNDA ESTROFA: EL PRIMERO DE LOS TRES ESPIRITUS
Durante todo este tiempo Scrooge había actuado como un hombre fuera de sí. Su corazón y su mente estaban presentes en la escena, pero con su antigua alma. Se acordaba de todo, confirmaba hasta el menor detalle, disfrutaba de aquellos recuerdos y dejaba traslucir la más extraña agitación.
No fue hasta entonces, alegrarse hacia ellos los brillantes rostros de su propio yo y de Dick, cuando volvió a acordarse del fantasma y recobró la conciencia de que estaba contemplándose a sí mismo y que la luz encima de su cabeza lo iluminaba todo claramente.
-Bien poquita cosa- dijo el fantasma-, para poner a esas necias gentes tan exaltadas de gratitud.
-¡Poquita cosa!- repitió Scrooge, como un eco.
El espectro le hizo una señal para que escuchara a los dos aprendices, cuyos corazones exultaban a borbotones alabanzas a Fezziwig (el empleador de Scrooge); y cuando Scrooge lo hubo hecho, dijo él:
-¡Qué! ¿Tienen razón, acaso? Han gastado sólo unas pocas libras de vuestra moneda mortal; tres o cuatro, quizás, ¿y es esto tan gran cosa como para merecer este elogio desproporcionado?
-No es eso- respondió Scrooge, indignado por la observación y hablando inconscientemente como si lo hiciera, no su ser presente, sino el antiguo-. No, no es eso, espíritu. EL dinero tiene el poder de hacernos felices o desgraciados, hacer que nuestro trabajo sea ligero o pesado, un placer o un fastidio. Podéis decir que su poder reside en palabras y miradas, en cosas tan ligeras e insignificantes, que es imposible reunirlas para contarlas. Pero eso ¿qué importa? La felicidad que otorga es tan grande como si costara una gran fortuna.