De Plazas y alcobas
El cielo, techo del infierno
Por Roxana Sandá.
Casi ochocientas personas viven en la calle en la ciudad de Buenos Aires, al acecho de enfermedades y plagas. La mayoría de ellas tiene problemas de alcoholismo, y muchos padecen enfermedades mentales. Pero la reinserción de estos hombres y mujeres no depende sólo de conseguirles un techo y abrigo.
En una de las plazoletas de Congreso, donde Luís Sáenz Peña tajea a Hipólito Irigoyen, restos de sillones viejos se contraen junto a los árboles apretados de palomas y excrementos. Allí se arraciman hombres y mujeres entrados en olvidos, mirando con desconfianza a esos nuevos compañeros que no superan el metro veinte; pequeños y descuidados, insolentes solitarios que acechan abrigo y comida antes de caer en sueños de pasta base. La porteñidad extrañada siempre los miró sin comprender.
“Lo que está sucediendo causa miedo, y no tanto por los horrores, sino por la completa seguridad con que se ha roto el contrato secreto que existió entre la gente”, advertía un escrito de Erns Junger. Y a Buenos Aires le viene sucediendo hace décadas la manifestación de los que ha olvidado, la marginalidad que no desea palpar y mucho menos ver. Son el patio trasero del neoliberalismo, ese otro espejo de la argentinidad: los que viven en la calle.En mayo último, protestas de los habitantes de las zonas periféricas de la ciudad de Santa Fe por mayor seguridad recibieron como respuesta la disposición de tropas especiales de operaciones y de “Los Pumas”, los policías de la Dirección General de Seguridad Rural, en barrios y rutas, para cubrir las zonas “azotadas” por la marginalidad. Este episodio es una réplica fiel de los sentimientos que por esta ciudad despiertan los llamados sin techo sobre ese consorcio despiadado que es la clase media vecinal. Porque so los vecinos los que se comunican con las líneas públicas de servicios a la comunidad para que “corran al otro” de su vista y su vereda.
“Hasta la crisis del 2001, la gente llamaba para que sacáramos a los sin techo de sus veredas, como si eso los enfrentara con el propio miedo a perder el lugar social. Después se recuperó la instancia de solidaridad, pero es cierto que al día de hoy los vecinos llaman para que llevemos a esas personas a algún otro sitio, como ellos dicen.” La psicóloga Patricia Malanca, directora del Sistema de Atención Inmediata (SAI) del gobierno porteño, lo advierte como parte del derrape social “porque se rompieron los lazos, y la des institucionalización formalizada del pobre se cronifica en la calle”.
Buenos Aires 2007: unas 795 personas se encuentran en situación de calle, según el último censo del SAI, de noviembre de 2006. El 80% son hombres y el 20 restante, mujeres. El 70% del total sufre problemas de alcoholismo, mientras que el denominador común hace pié en enfermedades pulmonares, infectocontagiosas, dermatitis y piojos.
Los hombres descubren un perfil nómada, en su mayoría carentes de familia entendida como vínculo formal. “Les cuesta muchísimo la construcción asociativa, apunta Malanca. La escasa presencia de mujeres en la calle habla de otras vulnerabilidades. “Son menos porque históricamente han salido a poner el cuerpo institucional: son las que de alguna manera pararon la olla. Eso explica que las que duermen y viven en la calle tienen, en su mayoría, una patología psiquiátrica de base.”.
Junio 2007.