30 dic 2008

1855: "Jefe" Indio Seattle de la tribu Suquamish escribe a el presidente de los estados unidos.

(Por lo que entiendo esta es la carta COMPLETA, sin cortes y de traducción fiel. Transcripta directamente del libro: La ecología en casa. Libro confeccionado por la ONG fundación por una vida mejor. Complementa el libro Osvaldo Mercuri (argentino) que recopila esta letra en el libro a modo de reflexión que trasciende la mentalidad occidental para crear un compromiso, al menos, ciudadano en el cuidado del medio ambiente)





El gran jefe de Washington mandó decir que desea comprar nuestra tierra. El Gran Jefe nos aseguró también su amistad y benevolencia. Esto es gentil de su parte, pues bien sabemos que él no precisa de nuestra amistad.


Vamos, sin embargo, a pensar en su oferta, pues sabemos que si no lo hacemos, el hombre vendrá con armas y tomará nuestra tierra. El Gran Jefe de Washington puede confiar en lo que el Jefe Seattle dice, con la misma seguridad con que nuestros hermanos blancos pueden confiar en la mudanza de las estaciones del año. ;is palabras so como las estrellas, ellas no empalidecen.
¿Cómo puedes comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Tal idea nos es extraña. Si no somos dueños de la puraza del aire o del resplandor del agua, ¿cómo entonces puedes comprarlos? Cada terrón de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada hoja reluciente de pino, cada playa arenosa, cada velo de neblina en la floresta oscura, cada claro e insecto al zumbar, son sagrados en las tradiciones y en la conciencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles lleva consigo los recuerdos del hombre.


El hombre blanco olvida su tierra natal, cuando después de muerto va a vagar por las estrellas. Nuestros muertos nunca olvidan esta hermosa tierra, pues ella es la madre del hombre rojo.
Somos Parte de la Tierra y ella es Parte de Nosotros.


Las flores perfumadas son nuestras hermanas, el ciervo, el caballo, la grande agua, son nuestros hermanos. Las crestas rocosas, los juegos de los campos, el calor que emana del cuerpo de un animal salvaje, y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.


Por lo tanto, cuando el Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestra tierra, él exige mucho de nosotros. El Gran Jefe manda decir que reservará para nosotros un lugar donde podremos vivir confortablemente. El será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, vamos a considerar tu oferta de comprar nuestra tierra. Mas no va a ser fácil, porque esta tierra es sagrada para nosotros.


Esta agua que corre brillante en los ríos y arroyos no es tan sólo agua, sino la sangre de nuestros ancestros. Si te vendemos la tierra tendrás que acordarte que ella es sagrada y tendrás que enseñar a tus hijos que es sagrada y que cada reflejo espectral en el agua limpia de los lagos cuenta los eventos y las recordaciones de la vida de mi pueblo. El rumor del agua es la voz del padre de mi padre.


Los ríos son nuestros hermanos, ellos apagan nuestra sed.


Los ríos transportan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si te vendemos nuestra tierra tendrás que acordarte y enseñar a tus hijos que los ríos son hermanos nuestros y tuyos, y tendrás que conceder a los ríos la afabilidad que darías a un hermano.


Sabemos que un hombre blanco no comprende nuestro modo de vivir. Para él un lote de tierra es igual a otro, porque él es un forastero que llega en la noche y saca de la tierra todo lo que necesita. La tierra es su hermana, sino su enemiga y después que la conquista, el se va. Deja tras de si los túmulos de sus antepasados y no le importa. Arranca la tierra de las manos de sus hijos y no le importa. Quedan olvidados las sepulturas de sus padres y el derecho de sus hijos a la herencia. El trata a su madre, la tierra y a su hermano, el cielo como a cosas que pueden ser compradas, saqueadas, vendidas como ovejas o adornos centellantes.


No sé. Nuestros modos difieren de los tuyos. La vista de sus ciudades causa tormento a los ojos del hombre rojo. Y tal vez esto sea así porque el hombre rojo sea solo un salvaje que nada entiende.


No hay siquiera un lugar calmo en las ciudades del hombre blanco. No hay lugar donde se pueda oír el nacer de las hojas de primavera o el tintineo de las alas de un insecto.


Tal vez sea así por ser yo un salvaje que nada comprende. ¿El ruido sirve apenas para insultar los oídos? ¿Y que vida es aquella si un hombre no puede oír la voz solitaria de un pájaro o de noche la conversación de los sapos entorno de un charco? Soy un hombre rojo y nada comprendo. El indio prefiere el suave susurro del viento al sobrevolar la superficie de una laguna y el perfume propio del viento, purificado por una lluvia de medio día o perfumando a pino.


El aire es precioso para el hombre rojo, porque todas las criaturas respiran en común, los animales, los árboles, el hombre. El hombre blanco no parece percibir el aire que respira. Como un moribundo en prolongada agonía el es insensible al aire fétido. Pero si te vendemos nuestra tierra, tendrás que acordarte que el aire es precioso para nosotros, que el aire reparte el espíritu con cada la vida que sostiene. El viento que dio a nuestro bis abuelo su primer soplo de vida, también recibió su último respiro, y si te vendemos nuestra tierra, deberás mantenerla reservada, hecha santuario, como un lugar en que el hombre blanco pueda ir a saborear el viento, endulzado con la fragancia de las flores campestres. Así vamos a considerar tu oferta para comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, pondré una condición; el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como si fueran sus hermanos.


Soy un salvaje y desconozco que pueda ser de otro modo. He visto millares de bisontes pudriéndose en los prados, abandonados por el hombre blanco que los abatía a tiros disparados desde el tren en movimiento. Soy un salvaje y no comprendo como un humeante caballo de metal pueda ser mas importante que el bisonte para nosotros, los indios, matamos apenas para el sostén de nuestra vida. ¿Que es un hombre sin animales? Si todos los animales se acabasen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo cuanto sucede a los animales, luego sucede al hombre. Todo está relacionado entre si.


Debes enseñar a vuestros hijos que la tierra donde pisan simboliza las cenizas de nuestros ancestros.


Para que tengan respeto al país, cuenta a tus hijos que la riqueza de la tierra son las vidas de nuestros parientes. Enseña a tus hijos lo que hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que hiere a la tierra, hiere a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo se escupen a ellos mismos.


Una cosa sabemos: La tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. De eso estamos seguros. Todas las cosas están enlazadas, como la sangre que une a una familia.
Lo que hiere a la tierra hiere también a los hijos de la tierra.


No fue el hombre el que tejió la trama de la vida, el es apenas un hilo de la misma. Todo lo que él haga en la trama a si mismo lo hará.


Nuestros hijos vieron a sus padres humillados en la derrota. Nuestros guerreros sucumben bajo el peso de la vergüenza.


Y después de la derrota pasan el tiempo en ocio, envenenando el cuerpo con alimentos endulzados y bebidas ardientes.


No tiene gran importancia donde pasaremos nuestros últimos días, ellos no son muchos mas. Algunas horas más, hasta algunos inviernos y ninguno de los hijos de las grandes tribus que vivieron en esta tierra o que vagaron en pequeños bandos por los bosques, quedará para llorar, sobre los túmulos de un pueblo que un día fue tan poderoso y lleno de confianza como el nuestro.


Ni el hombre blanco, cuyo dios como el pasea y conversa de amigo a amigo, puede estar exento del destino común. Podríamos ser hermanos, a pesar de todo. Veremos. Una cosa sabemos que el hombre blanco vaya tal vez un día a descubrir: Nuestro dios es el mismo dios. Tal vez juzgues que lo puedes poseer del mismo modo que deseas poseer nuestra tierra, más no puedes. El es dios de la humanidad entera y es igual su piedad para con el hombre rojo y el hombre blanco. Esta tierra es querida por él y causar daño a la tierra es llenar de desprecio a su creador.
Los blancos también van a acabar, tal vez más rápido que todas las otras razas. Continúe ensuciando su cama y habrá de morir una noche, sofocado por sus propios excrementos.


Pero, al parecer, ustedes brillarán con fulgor, abrazados por la fuerza de dios, que los trajo a este país y por algún designio especial les dio el dominio sobre esta tierra y sobre el hombre rojo. Este destino es para nosotros un misterio, pues no podemos imaginar como será cuando todos los bisontes sean masacrados, los caballos bravos domados, las breñas de las florestas cargadas de olor de mucha gente de las viejas cantinas empañadas por hijos que hablan.
¿Donde quedará el enmarañamiento de la selva? ¿Tendrá fin? ¿Donde estará el agua? ¿Ira a acabar? Restará decir a dios a la golondrina y a la casa. El fin de la vida y el comienzo de la luz para sobrevivir.


Comprenderíamos, tal vez, si conociéramos con que sueña el hombre blanco, si supiéramos cuales son sus esperanzas, que transmite a sus hijos de las largas noches de invierno, cuales son las visiones del futuro que ofrece a sus mentes para que puedan formar deseos el día de mañana. Pero somos salvajes. Los sueños del hombre blanco están para nosotros ocultos. Y por estar ocultos, tenemos que escoger nuestro propio camino. Si consentimos, será para garantizar las reservas que nos prometiste. Allá, tal vez podamos vivir nuestros últimos días conforme deseamos.


Después que el último hombre rojo haya partido y su recuerdo no alcance como una sombra de nube a alcanzar los prados, el alma de mi pueblo continuará viviendo en estas florestas y playas, porque nosotros las amamos como un recién nacido ama el latir del corazón de su madre.
Y si te vendemos nuestra tierra, ámala como nosotros la amábamos.


Protégela como nosotros la protegíamos. Nunca olvides como era esta tierra cuando en ella te aposentaste. Y con toda tu fuerza, tu poder y todo tu corazón consérvala para tus hijos y ámala como dios nos ama a todos. Una cosa sabemos: Nuestro dios es el mismo. Esta tierra es por él amada. Ni el mismo hombre blanco puede evitar nuestro común destino.

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