2 abr 2008

Nietzsche Friedrich: La Genealogía de la moral: tercer tratado; 7



Nietzsche Friedrich: La Genealogía de la moral: tercer tratado; 7

No pongamos caras lúgubres nada mas oír la palabra tortura, pues en este caso hay bastante que descontar y que restar, y hasta queda algo de lo que nos podemos reír.

De entrada, no desconsideremos la circunstancia de que Schopenhauer necesitaba enemigos para mantener el buen humor (de hecho, trata a la sexualidad como a un enemigo personal, incluyendo a ese instrumento suyo que es la mujer, a la que consideraba "instrumento del demonio"), de que le gustaban las palabras furiosas, biliosas y agresivas; de que se irritaba por el placer de encolerizarse, por pasión; de que se habría puesto enfermo u que se habría vuelto pesimista (ya que no lo era, aunque lo deseaba ardientemente), si no hubiera tenido enemigos tales como Hegel, la mujer, la sensualidad y toda la voluntad de existir y de permanecer en vida.


De lo contrario, Schopenhauer no habría conservado la vida-de eso podemos estar seguros-; habría huido pero sus enemigos le tenían cogido y le seducían constantemente a seguir existiendo. Su cólera le servia, como a los antiguos cínicos de bálsamo, de alivio, de premio y de remedio contra el hastío; esa era su felicidad.

Esto respecto a lo más personal del caso de Schopenhauer, pero por otra parte, hay también en el algo característico, y esto nos lleva a retomar nuestro problema. No hay duda alguna de que, desde que existen en la tierra los filósofos y donde quiera que los haya habido (de la india a Inglaterra, por citar los dos polos opuestos de la capacidad de filosofar), estos han mostrado siempre una autentica animosidad y un filosófico rencor hacia la sensualidad. (Schopenhauer es tan solo quién se ha desahogado del modo más elocuente, arrebatador y fascinante, se tienen oídos para escucharle.) Asimismo, los filósofos han manifestado una predilección y una parcialidad por el ideal ascético en general.

Esto es algo sobre lo cual y frente a lo cual no debemos hacernos ilusiones. Ambas cosas forman parte de lo característico del filósofo, como hemos dicho, y cuando no se da en un filósofo, estemos convencidos de que este no será un filósofo >. ¿Que significa esto? Porque hay que dar ya una interpretación de este hecho: como toda <cosa en sí>, en si está ahí tontamente y para toda la eternidad. Todo animal, y, por consiguiente también el animal filosofo, tiende por instinto a lograr que sean optimas las condiciones que favorezcan la posibilidad de descargar totalmente su fuerza, y alcanzar su máximo en el sentimiento de poder.

A todo animal, también de un modo instintivo y con un olfato tan fino que <está por encima de toda explicación racional>, le horroriza cualquier clase de perturbación y de obstáculo que se le interponga o que pueda interponérsele en la vía que le conduce a ese óptimo (no me refiero a su vía hacia la felicidad, sino a su camino hacia el poder, hacia la acción, hacia el hacer más poderoso, y, realmente, en la mayoría de los casos, a su via hacia la desdicha).

De este modo, al filósofo le horroriza el matrimonio y todo lo que le puede llevar a contraerlo, pues ve en él un obstáculo y una fatalidad en su camino hacia ese óptimo. ¿Qué gran filósofo se ha casado hasta hoy? Heráclito, Platón, Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant y Schopenhauer no solo no se casaron, sino que ni siquiera podemos imaginarlos casados. Mi tesis es que un filósofo casado es un personaje de comedia. Y en lo que se refiere a la excepción n que representa Sócrates, parece que el muy malicioso se caso por ironía. Para demostrar precisamente esta tesis. Todo filósofo diría lo que buda cuando le anunciaron que había tenido un hijo: <Me ha nacido un Râhula; me han forjado una cadena>(Râhula significa un >).

Todo <espiritu libre> habrá de tener en algún momento una hora de reflexión, si antes ha tenido otra carente de pensamientos como antaño le sucedió a Buda. <La vida en ese impuro lugar que es el hogar –reflexionaba buda- resulta estrecha y oprimida. La libertad consiste en abandonar el hogar. Y en cuanto pensó esto, abandonó su casa. > El ideal ascético sugiere tantos puentes hacia la independencia, que un filósofo no puede dejar de alegrarse y de asentir interiormente cuando escucha la historia de los hombres que un bien día decidieron rechazar toda atadura y se retiraron a cualquier desierto, aun aceptando que no fuesen mas que asnos fuertes y que fuesen todo lo contrario a un espíritu fuerte. ¿Qué significa entonces, en un filósofo el ideal ascético? Ya hace tiempo que se habría adivinado lo que tengo que contestar a esto: que, al considerar el ideal acético, el filósofo sonríe a las condiciones óptimas de la más elevada y atrevida espiritualidad. Al hacerlo, no niega <la existencia>, sino que afirma su existencia y solo su existencia. Y ello hasta el extremo de no estar lejos del deseo criminal que afirma:<Perezca el mundo, hágase la filosofía, hágase el filósofo, hágame yo.>


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