27 ago 2012

La Patria Equivocada: Dalmiro Saenz (citas-comentario)


COMENTARIO:
Un libro eminentemente liberal, a veces reaccionario, y políticamente correcto con el revisionismo histórico, sin excederse en su función es una representación antes que una revelación, una expresión antes que una declamación, pero cercano a la filantropía por una cultura literaria expresiva sexualmente, no puede ser suficiente para arruinar al conjunto. Una historia emotiva de momentos, sexual de a ratos, histórica unos pocos instantes, y reflexiva en buena parte.
Una reflexión, no es una crítica, tampoco una obra maestra, pero es una reflexión, y en este contexto que elaboré pongo a disposición del lector las citas que creo condensan esa reflexividad que protegen al libro de la intrascendencia, y el gusto por lo efímero. 
Ligero, divertido y reflexivo... ¿Que más se puede pedir en una literatura decadente? Una buena apuesta.


CITAS:

"El caballo llegó a casa a la medianoche; yo dormía con la ventana abierta por el calor, y el olor de la carne podrida de Clorindo entró en mi sueño como una aurora nauseabunda, como un lento amanecer de asco, como una pesadilla sin contornos respirando conmigo sobre la almohada. Me despertó la luz del día; ya la muerte se había instaldo en mí. Clorindo había elegido para quedarse el más sórdido lugar de mi memoria. Lo empecé a odiar antes de verlo. ¿Cómo se puede odiar algo que se ha querido tanto, mamá? ¿Qué derecho tienen los hombres de montar a caballo y perderse en la distancia, montados en esos diabólicos animales, con abrojos y crines enloquecidas, que relinchan y galopan y dibujan en las caras de los jinetes esa imbécil expresión de niños crueles? Son monstruosos los caballos, mamá. Hasta que este país no desmonte, nunca vamos a existir. Tantas veces lo miré a Clorindo ensillar a la madrugada, colocar la sudadera, la carona, el limillo, el cojinillo, el sobrepuesto, como un sumo sacerdote iniciando un rito sobre el altar de ese lomo, y después poner un pie en el estribo y bolear la pierna sobre el anca y convertirse en una sola cosa con el animal. Una estatua a la soberbia, a la belleza de la locura, una energía tan insolente como esos gestos de los jinetes cuando constatan las riendas y levantan la cabeza hacia los vientos y tocan con las espuelas esos ijares impacientes y miran, como los dioses desde la altura, las caras levantadas de sus mujeres.

Cuando lo vi, mamá cuando miré esa carne podrida colgando del estribo, todavía unida a ese caballo maldito, parado frente a mi casa, ese caballo con ojos sin mirada, esas orejas alarmadas, ese sudor empapando la cincha, me hinqué en el suelo sin llorar, dejé que el olor me nvolviese, que entrara en mí, que se instalase junto a ese hijo que llevo en mi cuerpo desde hace meses.
 Estoy embarazada, mamá, la comadrona me ha dicho que será un varón, le voy a poner Clorindo, como su padre, lo voy a tener en una colonia de inmigrantes agricultores, de chacareros pacíficos, de hombres que viven entre bueyes y mulas y que no galopan el país sino que lo construyen con arados y semillas. ¿Qué es lo que odio, mamá? ¿Por qué tengo tanto amor por este odio? Creo que mi odio empezó cuando supe que estaba esperando un hijo. No odiaba a Clorindo pero quería odiarlo, quería que mi hijo odiara esos espacios inmensos que Clorindo abarcó desde lo alto de su caballo, quería que odiara ese país vacío de proyectos, ese país de campos desiertos, ese país de hombres inasibles montados en el atraso, persiguiendo la nada.
 ¿Te acuerdas, mamá, cuando te hablaba en otras cartas de los silencios de Clorindo, te acuerdas de mi amor por esos espacios sin palabras en donde yo me internaba? Esos espacios eran de nosotros, eran nuestros, mamá, había proyectos en esos espacios, había pensamientos y sentimientos para colocar y combinar, como coloco y combino las palabras en este papel. Había hijos en esos espacios, había ideales, había un país por construir, había tantas cosas, pero todo eso desaparecía no bien Clorindo se ajustaba las espuelas y ensillaba. ¿Qué es lo que sienten los hombres cuando montan esos caballos y se afirman sobre los estribos y enarbolan sus lanzas como las astas sin bandera de un ejercito fantasma?
 Hoy mismo parto para esa colonia de inmigrantes agricultores, quiero tener ahí a mi hijo, quiero un hijo con los ojos mansos de Clorindo desmontado, no quiero un hijo jinete dela locura, quiero un hijo de a pie.
 LA quiere y la recueda, su hija.
 Clarita.

Pag 24-26.




Quién puede saber si entre la sabiduria y la ignorancia de los hombres no existe un territorio tan difuso e inasible que nuestra mente jamás podrá aprisionar, pero que tal vez quepa en ese puño que se cierra sobre la crin del caballo, el puño del muchacho con un pie enn el estribo y el otro ya separado de la tierra, cada vez más distante de este mundo, cada vez más cerca de los cielos.
 ¿Qué podemos saber de ese muchacho ahora enhorquetado sobre sus sueños, galopando suave hacia el desierto, dejando atrás su pasado de a pie para internarse tal vez sin darse cuenta en la cruenta aristocracia del caballo?

pag 44


Cuando entró en la carpa se desconcertó, miró el escritorio de campaña que vos no me regalaste, con la lámpara de bronce que sí me regalaste, miró el arcón de cuero y la alfombra. Después me miró a mi con cierta desilución. Los europeos adoran a los bárbaros. Le hubiera gustado, seguramente, que el jefe de ese ejército salvaje que él había visto acampado al llegar a mi tienda fuera un gaucho descalzo, con una vincha sucia aprisionándole las crenchas y con restos de charqui y galleta en la barba. En cambio, me vio tomando una taza de té sobre tu mantel de hilo, vio tu mantequera de Limoges y los cubiertos de plata de siempre; lástima que no me agarrara leyendo el Dante o Plutarco.
-¿Esta es la Argentina? -preguntó sonriendo.
-Una de las argentinas -le contesté.
-Me voy a presentar: soy el barón Von Tungher -dijo, juntando apenas los talones.
Fue un dia extraño el de ayer. Por lo menos fue extraño conversar con ese hombre, tan distinto, tan extranjero de mí mismo, tan intruso en esta isleta que es mi tienda de campaña. Y sin embargo, pienso ahora, cuánto más cerca estoy de ese hombre que del centinela ahí fuera o del desertor atado al cepo desde anoche.
 ¿Será que confundimos lapalabra patria con la palabra clase? Imagino tu cabeza pensativa diciendo que tal vez sí o tal vez no.

pag. 53.



La victoria no se consigue matando al enemigo, ni destruyendo su ejército, ni invadiendo sus fronteras, ni tomando su capital y su andera. Vencer es convencer al enemigo de que ha perdido. Hasta mañana señora, le dice : Bartolomé.

pag. 60.



Lo que tenía delante de mis ojos era un montón de chicos. Ningunotenía más de catorce años. No quedaban más hombres, era un país de chicos y de viejos. Cuando me acerqué al abanderado apenas le pude ver los ojos: el quepis era enorme para su cabeza; le tapaba la mitad de la cara. Parecía un soldado de juguete, la chaquetilla le sobraba de todos lados. Cuando le recibí la bandera pensé que el vencido era yo.

pag 98.



(Tata Dios habla con el cura luego de haber crucificado en la puerta de su casa a un perro, que aulló toda la noche y espantó al pueblo que transitaba la calle).
-¿Usted fue? -dijo el cura
-Sí -contestó el hombre.
-¿Por qué lo hizo?
-¿Usted nunca mató un perro?
-Sí. Pero nunca lo exhibí en esa forma.
-Prfiere exhibir a jesucristo clavado en la cruz.

pag 110.



Tata Dios, clavó contra la puerta d euna casa a un perro vivo. No sé por qué lo hizo. Probablemente quiso transmitir algún oscuro mensaje que él mismo ignoraba. Tal vez el mensaje que quería transmitir no era tan importante como el hecho de demostrar que tenía algo para decir. ¿No estará ahí uno de los principales problemas del hombre? ¿No estarán ahí depositadas su angustia, su plenitud, su parte más abyecta, su grandeza? Yo, por ejemplo, en este momento, ¿sé realmente lo que quiero transmitirles a ustedes? ¿No será eso mucho menos importante que mi necesidad de decirles algo?.
[...] Ese hombre, sin saberlo, me transmitió un pensamiento, me hizo pensar cuanto más nos impresionan los sufrimientos de un perro crucificado que los que debió soportar Jesucristo en la Cruz. ¿Por qué pensamos eso? ¿Por el simple hecho de ver la imagen de la Cruz tan seguido? Me hizo pensar que yo, un sacerdote de quince años de ministerio, necesité que un curandero me dijera que Cristo puede ser crucificado mil veces en la Cruz pero, si no lo es dentro de mí, todo resultará absolutamente inútil. Desde ya que ese hombre n quiso transmitirme estos pensamientos Lo que quiso decir es: "Acá estoy, éste soy yo. Quiero hablar y quiero ser escuchado. El mundo me obliga a hablar con el lenguaje de los gestos porque es totalmente sordo al lenguaje de las palabras".

pag 113-114.




Los chicos de la escuala estaban formados a un costado de la banda. Cada uno de ellos llevaba una banderita de papel. No la agitaban, simplemente la sostenían. Uno de ellos avanzó dos pasos y dijo:
-Señor maestro... -Y su memoria lo abandonó. Solo, lejos del anonimato de la fila, con las palabras del discurso enrevesadas en su cabeza, parecía un náufrago de las circunstancias, mirando a ciegas hacia delante.
[...]
(el maestro)
-Se puede hablar con palabras y se puede hablar con silencios. Me gustaron mucho los silencios de Gustavo y agradezco las palabras del intendente. Pero no puedo dejar de pensar que, si Gustavo hubiese tenido un papel en las manos, como tuvo el señor intendente, ese papel no le hubiese servido de nada. Porque Gustavo no sabe leer. Y Gustavo no sabe leer porque hace dos años que este pueblo no tiene maestro. Por eso quiero que mis primeras palabras sean para pedir disculpas a Gustavo y a sus compañeros en nombre de un país que se olvida de sus hijos.

pag 154-155



Cuando yo cazaba un desertor y se lo entregaba al ejército, el oficial que me pagaba no me miraba a los ojos. Al día siguiente iban a fusilar a ese hombre, delante de todo el regimiento; para eso no tenían pudor. Pero consideraban indigno rastrear a un hombre hasta la última madriguera de su espíritu, durante semanas y semanas, y acosarlo, vencerlo, quebrarlo. Cazar hombres era ensuciar el uniforme de la patria; asesinarlo con los ojos vendados y las manos atadas, no. El pudor es una cosa extraña señores.

pag 177.


RECORTES

molino: arrastró un sonido de metal cansado.
El mapa de una tierra es el mapa de sus muertos.
...y seguir solos hasta no ser mas que un punto en la distancia.
...todo al azar, puesto sin ningún criterio: un mundo sin orden y por lo tanto sin desorden...
La clarinada estalló en el desierto, el toque de carga invadió el espacio y penetró lentamente en la enmohecida memoria de los desertores.
...ha quedado posada sobre la madera. Da la impresión, de que al retirarse (la mano), dejará allí el dibujo de su contorno.
...y enfrentó decidida esos dibujos de sonidos que eran las letras.

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