Mientras me hacía la paja en el baño, explorando los tabúes sociales, me pregunté ¿Por qué salimos a la calle a agradar?
La gente se perfuma, se viste linda, se peina, se tiñe el pelo, adelgaza, muestra los músculos trabajados, sonríe si la circunstancia da para mostrar una amplia sonrisa, se muestra con amigos hermosos, mujeres con pechos firmes y levantados, culos delineados y parados… la gente usa colores y formas de ropa para agradar, moldea su cuerpo para agradar, mueve su cuerpo para hacer sentir agrado a los demás, para diversificar las calles, para divertir las miradas de los espectadores, como si saliéramos todo el tiempo a un carnaval con nuestros disfraces.
Y veo mujeres que me comen con la mirada, y veo mujeres que me como con mi mirada.
Veo mujeres comiendo hombres y también comiendo mujeres con la mirada, y veo hombres que generalmente se dan vuelta para comer las colas de las mujeres con la mirada.
Engullir, esa es la palabra.
¿Y comer es tener sexo? El 99,98% de la gente que vemos en la calle no es para tener sexo. Y a quienes usamos para tener sexo no necesitan usarnos a nosotros perfumados o bien vestidos todo el tiempo, y menos necesitan que nos vistamos así, que mostremos nuestras carnes erotizantes todo el tiempo; de ahí se ponen celosas las parejas. ¿A dónde vas tan bien vestido? ¿Hace falta que vayas a trabajar así de erótico? ¿O a visitar a tu familia con esa pilcha de dandy?
¿Entonces para que nos vestimos como panteras asesinas? ¿No es ridículo mostrar perlas si nadie va a consumirlas? O ¿No es ridículo agradar a gente que en un 99,99% no vamos a conocer jamás?
Y lo peor es que se agrada con el aspecto, no importa el contenido de tanto gel y cremas sobre la piel tostada, lo importante es el gel y las cremas en la piel tostada, y que tengas un corazón saludable, no importa tanto la personalidad.
El otro día vi a un tipo, de mi edad, con el torso desnudo, bronceado a más no poder, y todos los músculos marcados, parecía un físico culturista, y andaba caminando con su piel sudorosa justo cuando salía de mi casa. Realmente me pregunté ¿No es así como querría verme yo? ¿Realmente quiero andar con el torso desnudo por la calle?
Mi primera reacción fue de sorpresa, luego de agrado, y luego de desagrado.
Me agradaba que alguien se muestre desinhibido, cagándose en las normativas de que se debe andar siempre vestido por la calle.
Pero el desagrado fue cuando percibí un aire de superioridad, de gozo, de “poder” que hasta me sentí desafiado a pelar mi cuerpo y competir quién tenía más. Obviamente esto me produce risa, porque yo no tenía, ni tengo, la mitad de forma escultural de la que el ostentaba.
Aca me pregunto si ya tengo instaurado el pensamiento de que un cuerpo “trabajado” es una propiedad ostensible.
Esta es una confesión, la tengo, desde que vi a Jesús Cristo en la iglesia, era el tipo todo con el cuerpo marcado, y luego los G-joe, Himmann, halcones galácticos, etc…
Mis modelos no fueron un Jesús Cristo asceta, famélico, flaco, desnutrido, “asqueante”, ni el flaco de “Donde está Wally”, ni ser como un Pitufo (enano y gordito).
¿Ya es malo ser petizo? ¿Ya es malo ser flácido? ¿Ya es malo tener un cuerpo, mi cuerpo, no como dicen hay que tenerlo?
Terminé de hacerme la paja y vine derecho a escribir esto, podría haber ido a ayudar a hacer la mudanza a mi prima Sofía y a Gustavo, pero preferí tardarme y escribir esta “confesión”, quizás a alguien le sirva saber que no está solo en la red, con estas inquietudes.
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