Media hora más tarde entraba el doctor Klebe. Con voz cantarina agotaba su programa: “¿Cómo se siente?... ¿Temperatura?...” y luego, sin apresurarse trataba sobre un tema no demasiado actual para que los enfermos no se excitaran.
Pero esa mañana estaba visiblemente preocupado. Aunque cumplió con todo el ritual, lo hizo de mala gana y se veía que vacilaba en comunicar a Levschin el motivo de sus cuitas.
Sacó de su bolsillo la última novela de Wallace y mientras agitaba despreciativamente el libro, dijo:
-¡Claro que no es Dostoievsky ni Tolstoi, este señor Edgar! ¡En qué cabeza cabe semejante comparación! …
Se agarró con ambas manos la cabeza en la que no cabía semejante comparación.
-¡No hay más que contemplar la fisonomía inexpresiva de este individuo gordo con el cigarrillo! No le tengo el más mínimo aprecio, pero debo disponer de libros de Wallace para los enfermos. Comprenderá usted que al que quiere distraerse y dormir tranquilo, no le puedo recomendar Dostoievsky. Y además, mi querido y estimado señor Levschin, al lector de otra época, le era necesaria la lectura para conocer la realidad, de la cual comúnmente no tenía la menor idea. Mientras que ahora, la realidad nos absorbe tanto, que nos deleitan los relatos inverosímiles. Un escritor serio exige reflexión, lo cual es sumamente cansador. El lector con un libro en la mano, quiere sentirse algo así como un espectador teatral, liberado de la necesidad de sacar conclusiones, puesto que ya las han dado por él.
-Demasiadas veces, en la realidad, tenemos que tratar una psicología anormal, o perversa, para interesarnos por el estudio de las mismas anormalidades en una novela.
[El Sanatorio del Doctor Klebe – Constantino Fedin – Ediciones Siglo Veinte – Pag 53]
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